Un vistazo al retrovisor

Con el paso de los años, creo que todos, vamos buscando experiencias nuevas para almacenar en la memoria sensaciones que recordar el resto de nuestros días: viajes lejanos, comidas exóticas o sorprendentes en su presentación, tecnología vanguardista… Tengo la impresión que con el senderismo nos ocurre lo mismo. Nos sentimos atraídos por una ruta con un punto de emoción, un camino nunca antes recorrido o, simplemente, porque alguien nos asegura que está de moda.

Pero a veces –muy pocas veces- logramos escapar a esta regla; como ocurrió el pasado sábado 18 de mayo, en el que El Bordón tuvo como destino de sus pasos una zona trillada en la infancia y situada muy cerca de la capital cordobesa y del pequeño núcleo de Santa María Trassierra. En concreto nos movimos por los parajes conocidos como Los Baños de Popea y La Fuente del Elefante. Ambos sitios están grabados no a fuego –pero casi- en la memoria de todos los que de pequeños y adolescentes tuvimos la suerte de lucir pañoleta en Córdoba. Pero vayamos por partes.

La hora de comienzo de la actividad era a las 9:30 de la mañana en Trassierra, pueblecito formado principalmente por viviendas unifamiliares aisladas (conocidos en Córdoba como “chalets”) que  sirven de segunda residencia y en muchos casos de primera dado el poco tiempo que se tarda en llegar a la capital. Como curiosidad cabe destacar que en su pequeña iglesia ejerció el sacerdocio el mismísimo Luis de Góngora, una de las cumbres del Siglo de Oro español.

Desde ese punto de encuentro comenzamos a caminar hacia Los Baños de Popea que no es sino un salto de agua, de no demasiada altura, que forma un pequeño arroyo antes de desembocar en el cercano río Guadiato. Con la mirada de un adulto el lugar no parece tan espectacular; cierto. Pero de niño, cuando empiezas a ver naturaleza, descubrir aquel sitio tan fresco y con tanta umbría era una verdadera delicia que te salvaba, aunque fuera unos minutos, del caminar polvoriento de la jornada.  Nada más llegar  hubo recuerdos de varias generaciones sobre lo vivido allí y por un momento retrocedimos en el tiempo.

Afortunadamente hoy está relativamente limpio comparado a cómo ha llegado a estar en el pasado debido a una desmesurada afluencia de visitantes unida a una muy disminuida educación ambiental.

Siguiendo el discurrir del arroyo llegamos al Guadiato, el gran cauce fluvial de esta zona.  A partir de entonces subimos paralelos al río hasta llegar a la desembocadura del arroyo Bejarano. Pronto nos encontramos con unas minas abandonadas de calcopirita que fueron explotadas ya en la época romana.  Mejor no imaginar en qué condiciones trabajaron los mineros allí: bien por un salario de miseria, bien por la obligación que comportaba la esclavitud.

Siguiendo un sendero con dirección sur, y después de atravesar alguna finca con vacuno “nada bravo” llegamos a la mítica Fuente del Elefante. Este paraje formaba parte de una residencia de recreo de periodo califal y el “supuesto” elefante era una estatua que hacía las veces de surtidor de agua a una alberca.

Es de resaltar que en el lugar se encuentran restos de un acueducto romano conocido como Aqua Augusta, y después por Aqua Vetus, de finales siglo I a.c. y principios del I d.c. Dicho acueducto fue construido para suministrar suficiente agua a la entonces pujante Colonia Patricia de Córdoba que iba creciendo al haberse convertido en capital de la Bética romana. Al parecer la obra sufrió los efectos de un terremoto en el siglo III y dejó de funcionar. Pero fue recuperado por los árabes para llevar agua hasta Medina Azahara, ciudad palatina califal que gozaba de jardines y estanques únicos en su época. Gusta pensar que este espacio, tan nuestro, fue imprescindible para regar la infancia de Séneca o Lucano y las flores que perfumaban los atardeceres de los califas omeyas andalusíes.

Desde ese punto nos encaminamos hacia Trassierra de nuevo para regresar a Córdoba y despedirnos no sin antes refrescarnos en una terraza comentando las incidencias del día.

La experiencia ha sido muy positiva. Ahora que está de moda la gastronomía “de kilómetro cero” no es mala idea la de practicar algo así como “senderismo de kilómetro cero”, por aquello de la cercanía. Y sobre todo si cuando lo practicas, entre tus pasos, se van enredando recuerdos de una época dorada ya pasada. Animaos: volved a transitar por los caminos de antes.

Todos los asistentes estamos muy agradecidos a Pete (Ángel Jiménez) que, acompañado de su precioso perro “Lobo”, nos fue guiando por la ruta y dando respuesta a cuantas preguntas surgían.

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